Se les invita a la presentación del 4to número de El Salmón - Revista de Poesía, el jueves 5 de marzo de 2009 a las 7.00 pm en los espacios de la librería El Buscón, ubicada en el Nivel Trasnocho del C. C. Paseo Las Mercedes. Los esperamos.
El cuarto número de El Salmón - Revista de Poesía se titula Soldado. En los textos recogidos en este número la palabra y el fusil se entrelazan en un mutuo y violento intercambio de vapores. El poema es el arma y la bala, el pecho y la mano que aprieta el gatillo. Cuando el poeta combatiente revela (no desde la manada ni el ejército) una voz que se urge ajena al poder, se convierte en la última trinchera con sentido.
Luis Moreno Villamediana explora la obra de Ismael Urdaneta, un casi desconocido poeta marabino que combatió en la Primera Guerra Mundial, tras alistarse en la Legión Extranjera. Pausides González presenta una lectura de Maquillando el cadáver de la revolución (1977) de Julio Miranda. El mismo Miranda, por su parte, ofrece una lectura de Fuera del paraíso (1970) de Arnaldo Acosta Bello, en un texto rescatado de su estudio Las aventuras imaginarias (1991). El dossier viene cargado con poemas de Ismael Urdaneta, José Lira Sosa, Víctor Valera Mora, Lucila Velásquez, Jesús Sanoja Hernández, Lydda Franco Farías, Víctor Salazar, Ángel Miguel Queremel, Olga Luzardo, Juan Martín Echeverría, Argenis Daza Guevara, Alí Lameda, Julio Miranda y Arnaldo Acosta Bello. También, el lector encontrará una selección de Nada sobre Piedra, poemario inédito de Reynaldo Pérez Só, y un sorprendente poema del joven José Delpino. El recorrido culmina con tres breves notas sobre poemarios de José Antonio Castro, Antonio Urdaneta y Lucila Velásquez.
Este número representa un nuevo año para El Salmón, lo que significa la superación de algunos hitos hemerográficos, que condenan a uno o a tres números a la mayoría de las publicaciones independientes sobre poesía que aparecen en el país. El aniversario trajo, además, un aumento en el número de páginas y mejoras en el papel y la calidad de la impresión, todo gracias a las prensas de Editorial Ex Libris.
Nuevamente aprovechamos nuestro blog para ampliar la muestra aparecida en "El alevín", sección de El Salmón dedicada a promover nuevas voces de nuestra poesía. Esta vez se trata del poemario Phanes, de José Delpino, del cual presentamos el texto XIII.
..................................................... XIII
cae el monte se desgrana como pan humedecido por una gran boca y su altura escupe su caída el monte en su vertical de ramillete seco el monte que desgrana como una torta de trigo oscuro y en la vena hincada, entre los bloques de piedra, la saliva inyecta haciendo barro
la tierra cuece la falda gira la cinta del pelo se ciega en el piso la pendiente hincha el pie la pendiente del monte que rueda
cunde noche la fronda verde abre su sello el agua suelta voces la cortada sonora de un hada inmensa
cunde fronda un cuerpo dormido yergue su herida esta tierra se hace boca promulga otra boca en otra tierra esta tierra traga pies esta tierra lame torsos
come la luna el sexo en el barro come la baba negra en la greda la luna carne la luna tierra piedra del cielo oscura
cae el monte la noche que cunde la fronda verde abriendo el ojo de soslayo tras la reja de hojas el ojo de soslayo tras la reja de hojas
cuece distancia cuece piedra el torso cuece el brazo y hala viene baja del monte crece el ruido una turba de pies mostrando el carbón de planta al tiempo al monte una turba de cuerpo inmenso
cae el monte gira la falda y suelta la herida suelta el pie tras el pie la carrera suelta cinta suelta hogueras de pelo hace boca su tierra pronuncia el borde rojo inmenso mínimo
cielo cielo vientre tu sordera blanca la hiedra que turba que se tumba en el barro el ojo de soslayo tras la reja de hojas el ojo de soslayo tras la reja de hojas
muda muda recojes tu pelo bajando el monte con tu saya henchida, con tu turba de piernas erguida sobre la vertiente honda erguida sobre la mordiente allá bajando pies desnudos hiedras torvas retumban los pilares batientes sonriendo con sus plantas negras al monte al tiempo
caen pasos caen pasos la sangre coagula en flores el frío, la lengua, coagulan encienden abismos de pétalos
cae cae tu seno al viento y lo empoza de carne cae roja enredadera la lengua y se entorna por la nada entre las hogueras entre las lejanías
suena suena penitente llamada tu grupa animal suena tu cadera penitente huida tromba embestida agua
cae el monte cae el monte cierras el paso con tu fronda de plata con tu agria bebida negra en mi boca con tu muñeca rota frágil quebrada
caen reptan pétalos sobre la entraña oscura cae late víscera tu pecho late aire y pulsa pulsa la mole verde la mole viento que gira
quiebran círculos las hojas rojas crece el aire su lengua y gira hincha de ramaje el muro
late late víscera tu pecho late aire y pulsa el labio musita su partida pronuncia su borde rojo cae en el envés del aire inmenso mínimo
cielo es cielo vientre tu sordera blanca una cruz en el desierto de los cielos un abismo de ojos que ciñen tras la fronda
negra santa oscura de manos encendidas roja santa de abismo fruto de tu vientre la tarde fruto de tu vientre caída fruto de tu vientre mi semen de plata fruto de tu vientre mi lengua fruto de tu vientre la nada fruto de tu vientre María rota fruto de tu vientre María ciega
Santa madre de los dedos que miran mordida es fruta nuestros pechos nuestros pechos en hondas verticales Santa madre de los dedos que miran Santa madre de los dedos que miran
torre de marfil la punta de tu lengua rosa de mirra cuece tu sexo roto su labio come fruto tu sexo come sexo roto come labio come sexo erguido come santa come caminante traga tiempo lame brisa con su boca negra con su oro rojo con su carroña de hálito dulce y traga tiempo traga tiempo traga tiempo
cae el monte cae el monte a tu paso y a tu paso se desatan las trancas de la lluvia cae el monte de gente cae el monte dormido
2.000 estrellas más arriba de la estrella polar
pasé, muerto de frío, con la luna en los brazos,
escupí las ciudades, las avenidas chisporroteaban como cirios
enfrente de las casas lucían llamas cuidadas como un árbol
sin conocimientos del agua.
Los cuartos con señoritas, los patios con mastines,
los manteles esperaban ansiosos el tintineo de cuchillos,
la consagración del vino donde una larva roja
huía entre el reflejo de las botellas.
La muerte de los pavos no cabía en las bandejas,
comidos fuera de navidad, sus huesos fueron arrojados
por la puerta de atrás de los pobres.
2.000 estrellas más arriba de la estrella polar, en una galaxia bella
no puedo describirla, fundé mi casa entre horcones de oro macizo
y puse un número también bello para distinguirla.
Seis días de trabajo y al séptimo colgué mi ropa por el cinturón
y salí al aire a lavarme las manos.
¿Qué hacen varadas las poblaciones con un cementerio a la salida
otro a la entrada, cada cual golpeando encima de su fosa
un metro alto de tierra sobre la cual se riegan las amapolas?
¿Qué hacen varadas las poblaciones con tallos de neón
siempre a la misma hora y con analfabetos buscando sus parientes
en direcciones anotadas entre letras gigantes, del tamaño de una pulgada?
¿Dónde el río, dónde el mar?
Talé montañas completamente olorosas, mi hacha se quebró
y busqué otra, más dura, oída en el Mediterráneo.
La gente oía los golpes y recibía noticias de incesante labor.
Icé las velas a orillas de los océanos
con provisiones que no le daban tregua al diente.
Mares rojos, mares inmóviles, mares espantosamente altos.
Los continentes recibían cada mañana un beso
los doblaba por detrás de penínsulas y las aves volaban encima
del timón como sobre una rosa.
No fue hoy, puedo decir que siempre. Aun antes del humo
cuando forzaba caracoles y destrozaba sus tapas para alimentarme,
cuando el cobre despertó clarín y el hierro recamaba los pechos
y lucía en las cabezas y en las picas sobre astas de madroño.
Ni yo ni mis cabellos éramos visibles, pues el polvo ejercía sus dominios.
Sólo mis órdenes a través de lo espeso
sólo los corazones manando sangre.
¡Ciudades mías, con brea ardiendo sobre los techos!
¡Siervos, adoro los domingos cuando salgo a bautizar vuestros hijos!
Dadme un almud de trigo y está bien. Os doy un calendario lleno
de Santos y mis iglesias queman incienso y canto sobre el atrio a coro.
Cazo mis jabalíes y no pregunto nada. La historia está sobre los
espinazos, marcadas con hierrro las gibas.
Cuando debía durar, duró. Somos exactos y entre desmayos
pasé por guillotinas cabezas coronadas. Fundí la cera
que sellaba los labios, visité las imprentas y durante tres noches
hubo más escritura que luises del Imperio.
Nieve de calofríos. Le jour de gloire est arrivé
como un gran día, como un gran día.
Mucha necesidad de mar, como si el mar fuera de ingleses y de España.
Yo soy Sir Walter Raleigh de relente, y ya está distinguido ese
barco con siete capuchinos dormidos sobre cubierta.
¿Cómo evitar mis cañones de Sotavento, mi sonrisa pisando la seda
contando con un golpe de ojo las perlas, los doblones y todo cuanto
pueda aprovechar, reina mía?
Envío de los tesoros del cielo y de la tierra y los que lleva el mar.
Como una divinidad, y esto es otra cosa, las arenas de Asia
fueron guardadas entre cajones, finas, como cintura de la más bella hindú.
El mapa de las especias, más codiciado que sexo de egipcia, en el
puerto de Londres, marea de los mercaderes y entre sorbos de whisky
trazan con lápiz rojo los nombres misteriosos.
Oriente brilla como un brazalete de seda marcado con pedrerías.
2.000 estrellas más arriba de la estrella polar, el mundo hacíase
a su antojo, en tanto el Missisipi lleno de negros ahogados
y negros que ondean blancas vegas o negros sobre una rubia pradera
de tabaco. Negros arponeados y hundidos con la madera del arpón
hasta las costillas, empujados al fondo de la corriente, awk, awk, awk.
África recordada como en navidad, pateaban por el culo y caían de cabeza.
60.000 barcos florecían diseminados en el estuario.
Poco después de Abraham, trenes y aviones y una carreta llena
de pieles rojas despellejados, arrojados bocabajo. Los buitres
se tragaban los ojos en tanto Wall Street se erguía con ala de
platino tendida sobre los suyos.
Nos, americanos y latinos por añadidura, por la teta que despierta
hacia África, llegaron lusitanos dormidos bajo la gaita y el resto
de la tierra se ornamentó de españoles. Varones barbirrojos plantaron
un cafeto con círculos de agua brillando sobre la raíz.
El Dorado enterró rubios Belzares que lloraban por una cerveza
y hablaban con Sigfrido sobre el anca de los caballos.
2.000 estrellas más arriba de la estrella polar una luz vagabunda me ilumina
la cara y el corazón es nítido como el fruto de un árbol.
Más acá del Dunquerque, entre detonaciones ¡nada de infiernos! París
recostaba su Arco de Triunfo como un tulipán sobre el pecho de un muerto, y
Nagasaki saltó, tal una liebre, arrojada en el fuego.
Poderosos, semejantes al mar, los soviéticos balancean los hombros
y cantan con estruendo jamás conocido.
Entre sotos y moreras los chinos riegan su patria con arroz, como
en la boda y grandes torres ¡jamás arrepentidas! truenan sobre la infancia más bella.
Cuba nos mana del corazón como un chorro de sangre que llega hasta los cielos
y los pinta de oro, 2.000 estrellas más arriba
de la estrella polar. ¡Mi casa está teñida de alegría entre horcones de oro macizo!
Arnaldo Acosta Bello
De Fuera del paraíso. Caracas: Monte Ávila Editores, 1970. pp. 63-68.
Biblioteca Nacional de Venezuela. Cota: V861.44 A185f