domingo, 13 de enero de 2008

Las Torres Desprevenidas


Este ejemplar autografiado de Las torres desprevenidas (1940) de Jacinto Fombona Pachano fue obtenido en la librería El Buscón, ubicada en Paseo Las Mercedes.



Mensaje a la metrópoli intacta

Alguien o algo está naciendo,
alguien o algo se ha detenido en las cabañas,
se ha posado en las cúpulas,
duerme debajo de los puentes y en los establos;
alguien o algo viene alimentando
su estrella con aceite de criaturas deshabitadas,
con llanto de piedras rotas y de campos hundidos.

El agua le ha quitado sus gritos a la muchedumbre
para crecer, para subir, el agua que amenaza
con su voz, con sus brazos, con sus nudos terribles,
los cuellos de las torres desprevenidas,
el agua de los ríos, de los mansos ríos de Dios,
porque os habíais olvidado de su sed enterrada
bajo sus muertos ojos de pez en las arenas.

Bajad de vuestras cumbres para encontrar vuestra memoria,
antes de que la soga os llegue a la cintura
y antes de que flotéis para los cuervos.

A qué tanta prisa inútil por las calles,
tanto viento mecánico como queréis que os lleve,
si no vais a la tienda, ni a la oficina, ni al negocio,
ni siquiera marcháis a vuestras casas:
vais huyendo del río, vais huyendo del agua inmensa.
Yo lo sé. Yo os lo digo. No me creéis y entre vosotros
no hay uno que me tienda la mano
para comenzar la rueda, para empatar la ronda
de la miel y del vino, de la leche y la espiga.

Si de veras sois mis hermanos, no me dejéis llorando
por tanto amor sin pan en las esquinas,
por tanto pie calzado de basuras y lodo,
por tantos agujeros como ya ponen nuestras uñas
en estos diminutos bolsillos para el frío;
no me dejéis acribillando las paredes horribles,
matando pechos, pechos sin sangre, que me huyen
detrás de los cerrojos donde se amella mi protesta;
no me dejéis rasgando blancuras de sepulcros,
para que corran en jirones, entre hilachas,
y yo pueda sentarme con el nardo y el lino.

Bajad a recoger vuestra memoria.
Detened vuestro viento, marchad conmigo adonde todos
podáis decir: vamos a un sitio de verdad.

No me dejéis llorando,
no me dejéis acribillando, no me dejéis rasgando.
Es tiempo todavía de coserle las rutas
al frío de los puentes, de malograrles las agujas
a los pavos de vidrio, a los bueyes iluminados,
para quien los devora con los ojos.

Os ofrezco la oliva,
os ofrezco mi mano para la ronda del milagro,
no mañana, esta tarde, este minuto,
que el agua inmensa vienen rodando montes
y aun podemos cantar, danzar en torno de la alianza,
construir el arca y soltar la paloma.

Jacinto Fombona Pachano
De Las torres desprevenidas. Caracas: Editorial Elite, 1940. pp. 7-9.



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“El adjetivo mismo desprevenida, más que calificar la realidad de la ‘metrópoli intacta’, califica su propia situación individual: la del hombre que no estaba preparado para la tremenda prueba que el hombre le impone. Hombre esencialmente desprevenido, su voluntad de participación es, por ello, un alto ejemplo de dignidad. Sobre todo por la proyección moral que ella implica. Su participación no es la de guerra a la guerra con la guerra, o muerte a la muerte con la muerte. Lo que el poeta proclama es un retorno: la vuelta a la unidad total del hombre (…).
Desprevenido, pero no evadido ni distante. Memorioso de su pasado, de esa paz trascendente con que intuye y figura la plenitud del Ser, el poeta no ha perdido ese antiguo modo suyo de vivir encendido, de estar en vigilia. De ahí que, contra toda apariencia, si comportamiento contra el fatum cruel que pretende abismar al mundo, no sea el comportamiento de quien capitula. Así como su angustia logra visualizarnos el horro del desastre presentido, así también su lucidez logra sustraernos a la pesadilla, al caos interior. Son dos procesos que se corresponden y aun se complementan. El pánico contribuye a que el poeta se mantenga despierto. Sobreponerse a la cólera y a la confusión, hacer de la premonición toma radical de conciencia, llamado a la voluntad afirmativa del hombre, constituyen entonces su objetivo. Un lirismo activo se intensifica ahora hacia el mundo para conmoverlo” (p. 46-47).
“Sería un tanto ilustrativo precisar, de antemano, las circunstancias que rodeaban al poeta cuando escribía este libro, cuya gestación transcurre entre fines de 1939 y comienzos de 1940. Al iniciarse la Segunda Guerra Mundial —bajo cuyo impacto el libro se desarrolla—, Fombona Pachano vivía en Washington. No fue, pues, un testigo directo de la guerra misma. Tan sólo podemos hablar de una participación espiritual en ella: captar las señales del exterminio y luego denunciarlas. Habitante de la ‘metrópoli intacta’, aún intocada, estuvo limitado a ver a distancia el horror de la guerra, no a palparlo. (…) De modo que el valor de su palabra no es aquí el de un testimonio, sino el de una visión: visión estremecedora y apocalíptica como pocas, en cuyo oscuro destellar se ilumina, sin embargo, el rapto profético del hombre que no sólo alerta sobre la magnitud próxima del desastre sino que también anuncia un nuevo destino” (p. 41).

Guillermo Sucre
Fragmentos de: “Introducción”. Poesías. Por Jacinto Fombona Pachano.
Caracas: Imprenta Universitaria, 1964. pp. 7-55.

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Jacinto Fombona Pachano (Caracas, 1901-1951). Poeta y político. Perteneció a la generación de poetas de 1918. En vida publicó sólo tres poemarios: Virajes (1932), Las torres desprevenidas (1940) y una plaquette titulada Sonetos (1945).
Guillermo Sucre (Tumeremo, 1933). Poeta, crítico, ensayista y traductor. Perteneció al grupo Sardio. Ha traducido a André Breton, Saint John-Perse, William Carlos Williams y Wallace Stevens. Sus poemarios principales son La mirada (1970), En el verano cada palabra respira en el verano (1976) y La vastedad (1988). Es esencial su libro de ensayos críticos La máscara, la transparencia (1975).

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