viernes, 27 de febrero de 2009
SOLDADO - 2.000 estrellas más arriba de la estrella polar
2.000 estrellas más arriba de la estrella polar
pasé, muerto de frío, con la luna en los brazos,
escupí las ciudades, las avenidas chisporroteaban como cirios
enfrente de las casas lucían llamas cuidadas como un árbol
sin conocimientos del agua.
Los cuartos con señoritas, los patios con mastines,
los manteles esperaban ansiosos el tintineo de cuchillos,
la consagración del vino donde una larva roja
huía entre el reflejo de las botellas.
La muerte de los pavos no cabía en las bandejas,
comidos fuera de navidad, sus huesos fueron arrojados
por la puerta de atrás de los pobres.
2.000 estrellas más arriba de la estrella polar, en una galaxia bella
no puedo describirla, fundé mi casa entre horcones de oro macizo
y puse un número también bello para distinguirla.
Seis días de trabajo y al séptimo colgué mi ropa por el cinturón
y salí al aire a lavarme las manos.
¿Qué hacen varadas las poblaciones con un cementerio a la salida
otro a la entrada, cada cual golpeando encima de su fosa
un metro alto de tierra sobre la cual se riegan las amapolas?
¿Qué hacen varadas las poblaciones con tallos de neón
siempre a la misma hora y con analfabetos buscando sus parientes
en direcciones anotadas entre letras gigantes, del tamaño de una pulgada?
¿Dónde el río, dónde el mar?
Talé montañas completamente olorosas, mi hacha se quebró
y busqué otra, más dura, oída en el Mediterráneo.
La gente oía los golpes y recibía noticias de incesante labor.
Icé las velas a orillas de los océanos
con provisiones que no le daban tregua al diente.
Mares rojos, mares inmóviles, mares espantosamente altos.
Los continentes recibían cada mañana un beso
los doblaba por detrás de penínsulas y las aves volaban encima
del timón como sobre una rosa.
No fue hoy, puedo decir que siempre. Aun antes del humo
cuando forzaba caracoles y destrozaba sus tapas para alimentarme,
cuando el cobre despertó clarín y el hierro recamaba los pechos
y lucía en las cabezas y en las picas sobre astas de madroño.
Ni yo ni mis cabellos éramos visibles, pues el polvo ejercía sus dominios.
Sólo mis órdenes a través de lo espeso
sólo los corazones manando sangre.
¡Ciudades mías, con brea ardiendo sobre los techos!
¡Siervos, adoro los domingos cuando salgo a bautizar vuestros hijos!
Dadme un almud de trigo y está bien. Os doy un calendario lleno
de Santos y mis iglesias queman incienso y canto sobre el atrio a coro.
Cazo mis jabalíes y no pregunto nada. La historia está sobre los
espinazos, marcadas con hierrro las gibas.
Cuando debía durar, duró. Somos exactos y entre desmayos
pasé por guillotinas cabezas coronadas. Fundí la cera
que sellaba los labios, visité las imprentas y durante tres noches
hubo más escritura que luises del Imperio.
Nieve de calofríos. Le jour de gloire est arrivé
como un gran día, como un gran día.
Mucha necesidad de mar, como si el mar fuera de ingleses y de España.
Yo soy Sir Walter Raleigh de relente, y ya está distinguido ese
barco con siete capuchinos dormidos sobre cubierta.
¿Cómo evitar mis cañones de Sotavento, mi sonrisa pisando la seda
contando con un golpe de ojo las perlas, los doblones y todo cuanto
pueda aprovechar, reina mía?
Envío de los tesoros del cielo y de la tierra y los que lleva el mar.
Como una divinidad, y esto es otra cosa, las arenas de Asia
fueron guardadas entre cajones, finas, como cintura de la más bella hindú.
El mapa de las especias, más codiciado que sexo de egipcia, en el
puerto de Londres, marea de los mercaderes y entre sorbos de whisky
trazan con lápiz rojo los nombres misteriosos.
Oriente brilla como un brazalete de seda marcado con pedrerías.
2.000 estrellas más arriba de la estrella polar, el mundo hacíase
a su antojo, en tanto el Missisipi lleno de negros ahogados
y negros que ondean blancas vegas o negros sobre una rubia pradera
de tabaco. Negros arponeados y hundidos con la madera del arpón
hasta las costillas, empujados al fondo de la corriente, awk, awk, awk.
África recordada como en navidad, pateaban por el culo y caían de cabeza.
60.000 barcos florecían diseminados en el estuario.
Poco después de Abraham, trenes y aviones y una carreta llena
de pieles rojas despellejados, arrojados bocabajo. Los buitres
se tragaban los ojos en tanto Wall Street se erguía con ala de
platino tendida sobre los suyos.
Nos, americanos y latinos por añadidura, por la teta que despierta
hacia África, llegaron lusitanos dormidos bajo la gaita y el resto
de la tierra se ornamentó de españoles. Varones barbirrojos plantaron
un cafeto con círculos de agua brillando sobre la raíz.
El Dorado enterró rubios Belzares que lloraban por una cerveza
y hablaban con Sigfrido sobre el anca de los caballos.
2.000 estrellas más arriba de la estrella polar una luz vagabunda me ilumina
la cara y el corazón es nítido como el fruto de un árbol.
Más acá del Dunquerque, entre detonaciones ¡nada de infiernos! París
recostaba su Arco de Triunfo como un tulipán sobre el pecho de un muerto, y
Nagasaki saltó, tal una liebre, arrojada en el fuego.
Poderosos, semejantes al mar, los soviéticos balancean los hombros
y cantan con estruendo jamás conocido.
Entre sotos y moreras los chinos riegan su patria con arroz, como
en la boda y grandes torres ¡jamás arrepentidas! truenan sobre la infancia más bella.
Cuba nos mana del corazón como un chorro de sangre que llega hasta los cielos
y los pinta de oro, 2.000 estrellas más arriba
de la estrella polar. ¡Mi casa está teñida de alegría entre horcones de oro macizo!
Arnaldo Acosta Bello
De Fuera del paraíso. Caracas: Monte Ávila Editores, 1970. pp. 63-68.
Biblioteca Nacional de Venezuela. Cota: V861.44 A185f
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